EL REY CON MULETAS

 Buenos días; si eres fiel seguidor/a mía, sabrás que en los últimos días estoy publicando cuentos de Jorge Bucay; el cuento de hoy se titula: "El rey con muletas".

Sucedió una vez, en un lejano país, que el rey de aquellas tierras cayó de su caballo y se lastimó severamente. Tan grave fue la lesión que perdió para siempre el uso de las piernas y se vio obligado a andar, desde entonces, con muletas.

Era un rey joven y arrogante y se sentía disminuido frente a sus súbditos. No podía tolerarlo:

- Si no puedo ser como ellos -se dijo-, haré que ellos sean como yo.

Acto seguido, ordenó bajo penas de muerte, que nadie debía volver a caminar sin muletas jamás.

Los habitantes del reino, temerosos de la crueldad de su soberano, acataron la orden sin protestar. De un día a otro, las calles se llenaron de inválidos y tullidos.

El rey vivió muchos y largos años. Nuevas generaciones nacieron y crecieron sin jamás haber visto a alguien caminar libremente. Y los ancianos fueron desapareciendo sin atreverse a hablar de sus antiguos paseos, por miedo a sembrar en los jóvenes el peligroso deseo de lo prohibido.

Caminar pasó a ser solo un sueño de ebrios trasnochados, una fantasía de niños o una chochera de viejos...

Finalmente, el rencoroso rey, murió.

Aunque algunos ancianos intentaron dejar las muletas, no pudieron volver a caminar. Los músculos de sus piernas habían perdido la fuerza y no podían ya sostener su peso.

No demasiado lejos de allí, en la cima de una montaña, vivía un anciano solitario cuyas piernas se habían mantenido fuertes, pues en sus silenciosos y furtivos paseos por el bosque, había continuado caminando sin sostén.

En cuanto oyó la noticia, arrojó las muletas al fuego y bajó la ladera hasta el pueblo, decidido a compartir con otros la recién recuperada libertad.

Pronto descubrió que nadie recordaba ya el antiguo arte de caminar. Instó a otros a que lo imitaran, mostrándoles que era posible.

- Mirad -les dijo-. Es sencillo, tan solo hay que soltar las muletas y sostenerse sobre los pies. Luego se da un paso -continuó- y luego otro.

Los niños y los jóvenes lo miraron maravillados al comienzo, pero luego se propusieron intentarlo. Por supuesto hubo caídas, fuertes golpes, heridas y hasta alguna fractura.

Vinieron los adultos y expulsaron al anciano:

- Vete de aquí -le dijeron-. ¿No ves el daño que les causas? ¡No llenes su joven cabeza con tus tontas fantasías! No te queremos aquí.

El anciano, que no era hombre de pelea, regresó a su cabaña apenado por la certeza de que, pronto, todo lo que se sabía se perdería para siempre.

A la mañana siguiente, ocho jóvenes golpearon su puerta. Apoyados sobre sus muletas, refrendaron con sus gestos lo que uno de ellos le dijo:

- Maestro. Quisiéramos aprender de usted. Queremos que nos enseñe a caminar sin muletas.

El anciano rio para sus adentros.

- Yo no soy un maestro -les dijo-. Solo soy un hombre con memoria que se ha mantenido fiel a sí mismo y que no se ha dejado doblegar por el miedo.

- Enséñanos eso, entonces -dijeron ellos.

El anciano aceptó a los jóvenes bajo su tutela y, sin saber muy bien cómo hacerlo, comenzó a enseñarles a caminar sin otro apoyo que sus propias piernas.

Y así, mientras en el valle hombres y mujeres seguían llevándose a sí mismos con sus muletas, nació un nuevo poblado. Una comunidad en la que los jóvenes andaban tomados de las manos y todos se reunían a menudo con la sola intención de compartir una caminata.

Este cuento me parece muy propicio para los tiempos que nos están tocando vivir; sirve para recordar la importancia de superar las imposiciones externas y nuestros miedos, para conectar con nuestra auténtica libertad.

Recibe un abrazo desde el corazón y acuérdate de compartir.



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